Nunca pensé que el orden sería un lugar al que volver.
De hecho, durante años mi vida fue exactamente lo contrario: ruido, velocidad, presión y un ritmo que me arrastraba sin que yo pudiera decidir demasiado.

La gastronomía —y más aún la exigencia Michelin— me enseñó a resolver rápido, a responder en caliente, a sostener el ritmo incluso cuando tenía el cuerpo y la energía al límite. Atendía a setecientas personas por día, trabajaba entre diez y dieciséis horas, con un solo descanso semanal. Todo se movía tan rápido que, aunque era buena, no tenía tiempo de sentir si ese ritmo era mío… o si simplemente me había acostumbrado a sobrevivirlo.

Mi primer intento de orden: escribir para encontrarme

Cuando leí Mañanas Milagrosas, sentí curiosidad por algo tan simple como sentarme a escribir. Journaling. Nada más.

Había pasado tanto tiempo resolviendo para otros que no recordaba cómo era escucharme. Pero ese hábito pequeño —un cuaderno, un café, unos minutos de silencio— abrió un espacio dentro de mí donde pude empezar a ordenar lo de afuera.

Antes de eso, mi método era “tener todo en la cabeza”.
Y era buena haciéndolo, hasta que la vida empezó a pedirme más: más decisiones, más responsabilidades, más claridad. Y la cabeza no estaba hecha para almacenar todo, sino para pensar.

Así que pasé del cuaderno… a la lista de tareas…
y de la lista… a crear sistemas que me devolvieran algo que nunca había tenido: espacio mental.

El día que decidí emigrar, algo en mí pidió silencio.

Ese fue el primer quiebre.
No sabía exactamente qué estaba buscando, pero sabía perfectamente qué necesitaba dejar atrás: el ruido, la exigencia constante, la velocidad que no me dejaba pensar, ni respirar.

Emigrar fue abrir una puerta interna.
Fue el primer momento donde me animé a bajar las revoluciones y preguntarme:
¿Qué necesito para vivir en calma?

Los primeros meses de orden cambiaron mi vida

Los seis meses siguientes fueron un antes y un después: me mudé a una nueva ciudad, cambié mi trabajo, tripliqué mi sueldo, asumí nuevas responsabilidades, comencé a formarme en idiomas y en alta gastronomía, realmente, me sentía bien conmigo misma

No porque mi vida se hubiera vuelto más fácil, sino porque aprendí a sostenerla de una manera más amable.
El orden no me volvió rígida: me volvió liviana.

El autoconomiento que vino después

Descubrí que mi forma de organizar no se parecía a la de otras personas. Mis horarios y mi energía eran distintos al de los demás, por lo tanto, mis procesos tenían que ser distintos.

Y en vez de intentar encajar en métodos ajenos, aprendí a crear sistemas propios, suaves, flexibles, hechos a mi medida. Organizar no era seguir reglas: era conocerme lo suficiente como para respetar mis ritmos.

Hoy acompaño a mujeres a encontrar eso mismo...

Cuando trabajo con emprendedoras, no pienso en “productividad”, ni en “cumplir tareas”. Pienso en calma. En claridad. En liviandad. En crear estructuras que sostienen, no que aprietan.

Mi deseo es que la mujer que llegue a mi blog, a mi página o a una sesión conmigo sienta que no tiene que encajar en un sistema rígido para poder avanzar.
Que no tiene que apagarse para ser eficiente.
Que puede crecer sin perderse a sí misma.

Quiero que sienta que puede confiar en mí para ayudarla a ordenar su mundo —su negocio, sus procesos, su rutina— desde un lugar humano, cálido y posible.

Porque si algo aprendí es esto:
la calma no se encuentra… se construye. Y no se construye sola.

Estoy acá para eso.
Para acompañarte a crear la tuya.

Cómo la organización transformó mi vida y hoy acompaño a emprendedoras a crear con claridad

Te cuento cómo encontré sentido organizando mi vida tras emigrar y cómo hoy acompaño a emprendedoras a crear rutinas, orden y claridad sin rigidez. Un relato real, humano y lleno de intención.

Agus Flores

11/24/20253 min read

SUSCRIBETE

Subscribe to be updated about latest news and blog posts and to follow what is happening in a magical land of Bali.